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Cuando el docente hace una pregunta a un estudiante, el tiempo que deja pasar para que se conteste se denomina tiempo de espera. Con frecuencia, el profesor no espera lo suficiente para que el alumno responda, sino que contesta a menudo sus propias preguntas o bien las dirige a otro miembro de la clase. Este hábito del profesor puede tener un efecto negativo en el aprendizaje, puesto que en algunos casos el estudiante se queda con la sensación de fracaso o frustración por no haber podido responder la pregunta. Además, en muchas ocasiones, el hecho de que el alumno no responda, no se debe a un desconocimiento de la respuesta, sino a que no ha dispuesto del tiempo adecuado para llegar a contestar la pregunta. Si el profesor aumenta el segmento de espera antes de pedir a un estudiante que responda y también después de la respuesta inicial que obtiene (esto es, antes de realizar algún comentario sobre dicha respuesta), la longitud de las respuestas suele ser mayor, además de incrementarse el número de preguntas que el alumno formula, con lo que se desarrolla la interacción en la clase.
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