Prólogo

Durante el tiempo en que el formalismo reinó en la lingüística, de forma casi exclusiva y excluyente, la teorización en muchas de las ramas tradicionales de los estudios del lenguaje, como la lexicografía, quedó relegada a un segundo plano. Afortunadamente las cosas han cambiado y la lexicografía ha ganado mucho en los últimos años, tanto en los fundamentos teóricos como en su proyección práctica.

A estos efectos, pensemos no solo en la minuciosidad informativa con la que se han enriquecido las entradas de los diccionarios de ordenación paradigmática, es decir, los que siguen la tradicional disposición vertical o alfabética. La segunda ordenación, la grupal, también llamada ideológica o de campos semánticos, igualmente ha recibido remozados impulsos con nuevos diccionarios, que renuevan y mejoran, como cabría esperar, las seminales aportaciones del diccionario de Rochet o del ideológico de Casares, fuentes en las que todos los estudiosos de la lexicografía han bebido. La tercera dirección, la horizontal, la de las solidaridades léxicas o colocaciones, encuentra su cénit en España en la monumental obra Redes, del académico de la lengua Ignacio Bosque, recientemente publicada. Habría que añadir, a todo lo dicho, otras novedosas metodologías sistematizadoras, como la de las ontologías/bancos de datos de conocimiento, fruto de la acción conjunta, por una parte, de la terminología y la terminografía, parientes próximos de la lexicografía y, por otra, de la inteligencia artificial.

Todo lo anterior alude fundamentalmente al componente léxico del lenguaje. Sin embargo, vivimos en los primeros años del siglo xxi  en la sociedad del conocimiento, y un conocimiento que es imprescindible dentro de esta sociedad es el “conocimiento especializado” proveniente de todos los campos del saber o áreas de especialidad, desde la ciencia y la tecnología hasta la lingüística aplicada y la educación, pasando por el derecho o las ciencias de la salud. La lexicografía también tiene mucho que decir aquí, aunque quizás fuera mejor hablar de Diccionárica (1987), en vez de lexicografía, siguiendo al lingüista francés Bernard Quemada.

La sistematización lexicográfica del aludido conocimiento especializado es una obligación que deben asumir los especialistas que dominen un campo del saber en extensión y en profundidad. Por 'extensión' entiendo la habilidad para marcar límites, para decidir con acertado criterio la materia que permanece dentro y la que se queda fuera. Por 'profundidad' hago referencia a la docta y suficiente definición, anotada y actualizada, acompañada de claras ilustraciones. Esto es lo que ha hecho el equipo dirigido por el prestigioso lingüista de la Universidad de Santiago de Compostela, el doctor Ignacio Palacios, con las más de 1.200 entradas primarias del Diccionario de enseñanza y aprendizaje de lenguas extranjeras.

En este breve prólogo a tan excelente Diccionario, no voy a hablar de sus características definitorias, que están expuestas con una meridiana claridad en la Introducción. Comentaré sucintamente los siete rasgos que más han llamado mi atención:

1. El dominio de la materia. La macroestructura de un diccionario es su ordenación general. Resulta muy llamativo descubrir en la macroestructura de este diccionario 17 campos o dominios, que sus autores consideran los más relevantes y significativos. Pero aún es más espectacular recrearse en los ricos detalles con que los campos han sido subdivididos o desarrollados en subcampos. Por ejemplo, en el dominio titulado “Adquisición/aprendizaje de lenguas”, encontramos los siguientes:

  1. Teorías y modelos de aprendizaje.
  2. Factores y diferencias individuales de aprendizaje (motivación, actitudes, edad, inteligencia, estrategias, estilo cognitivo, estilo de aprendizaje, ansiedad).
  3. El aducto y el educto.
  4. La transferencia lingüística.
  5. El análisis contrastivo.
  6. El análisis de errores.
  7. La interlengua.
  8. La fosilización.
  9. El filtro afectivo.
  10. La categoría vacía, etc.

2. La naturalidad expositiva. Azorín defendió con ahínco la naturalidad expositiva de cualquier escrito: “¿Cuál habrá de ser la primera condición del escritor?: Naturalidad. ¿Cuál la segunda?: Naturalidad. ¿Cuál la tercera?: Naturalidad”. A nadie se le oculta que uno de los defectos de la lingüística general y de la aplicada, de acuerdo con lo que apuntan observadores externos, es la naturaleza abstrusa o incomprensible de gran parte de la terminología y de su lenguaje expositivo. Los que han hablado de cosas más profundas, como Ortega y Gasset, han hecho siempre gala de naturalidad y sencillez. Esta es una de las virtudes de este trabajo: naturalidad y sencillez didáctica en todo lo que se expone.

3. La claridad conceptual. Todos sabemos que el significado de cualquier unidad léxica es resbaladizo. Por dicha razón lo estamos negociando constantemente en nuestra comunicación diaria. Los autores de este diccionario, para asegurarse de que el significado queda claro, facilitan los términos en inglés, francés, alemán e italiano y, cuando lo estiman conveniente, ofrecen una ejemplificación en varias lenguas.

4. El respaldo científico. Lo que se asevera en cada entrada queda respaldado con una rica y selecta bibliografía científica, ordenada cronológicamente, que proporciona las fuentes necesarias para el que necesite mayor ampliación.

5. La puesta al día. Es lógico que unos diccionarios nazcan de otros. Como los autores reconocen, han bebido en otras fuentes, a las cuales superan con creces por su extensión, claridad y rigor, y sobre todo, por su modernización o puesta al día.

La cohesión interna de toda la obra. Todo el diccionario forma una unidad perfectamente cohesionada, para lo cual en cualquier párrafo aparecen unidades léxicas en versalitas que nos remiten a otras entradas léxicas. De esta manera, se puede decir que esta obra tiene dos modos de lectura: (a) la vertical, propia de la naturaleza primaria de su ordenación alfabética, y (b) la horizontal, formada por las continuas remisiones de unas entradas a otras.

6. La originalidad de la microestructura. Si el primer rasgo lo dediqué a la macroestructura de la obra, éste último lo destino a realzar su microestructura, esto es, la ordenación de cada entrada. Cada una de ellas es muy atractiva, muy útil, muy académica y muy original. Creo que se adecua a las necesidades del usuario, que los autores han descrito en la introducción, con una gran claridad para el acceso a la información. En suma, es un claro reflejo del entusiasmo, la formación y la profesionalidad de sus autores en todo lo referido a la enseñanza y aprendizaje de lenguas extranjeras.

En resumen, estamos ante una excelente sistematización del conocimiento técnico, teórico y aplicado, relacionado con la enseñanza y el aprendizaje de lenguas extranjeras. Pueden estar sus autores muy orgullosos de haber elaborado esta magistral contribución, a la cual estaremos agradecidos los que, de una forma o de otra, nos movemos en los campos de las metodologías didácticas y comunicativas. A todos, y especialmente al director del proyecto, mi más sincera y afectuosa felicitación por la producción de este trabajo académico, del que con abundancia fluye rigor científico así como claridad expositiva.

Enrique Alcaraz Varó
Catedrático de Filología inglesa
Universidad de Alicante